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CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO
CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO. SEMANA SANTA SEMANA DE REFLEXION.













SEMANA SANTA, SEMANA DE REFLEXIÓN

Un año más las personas que siguen a Cristo de cerca o a lo lejos, incluso muchas sin verlo siquiera, esas personas que practican o no su doctrina de amor, de paz, de fraternidad… rememoran su Pasión y Muerte y Resurrección. ¡Cuántos individuos, cuántos colectivos inhumanos, perversos, cuántos herodes, cuántos pilatos hay en la humanidad de principios del siglo XXI! Nada ha cambiado espiritualmente en el ser humano. Lo único que sí se ha transformado es el escenario y su decorado. A pesar de esta mutación, la vida, ya historia, de Jesús de Nazaret se repite cada año, cada día, cada instante. Unos continúan lavándose las manos y vociferando a los pueblos del orbe: “Ahí va la sangre de este hombre. Yo soy inocente”. Otros, allá abajo, aúllan: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
¡Cuántas veces el hombre se propone en su vida no torturar, no crucificar más a Jesús! ¡Cuántas veces olvida el ser humano, aunque no sea creyente, que cada vez que martiriza, que crucifica a un semejante, o a miles, o a millones… lo está haciendo con Cristo! Pero…, ¡qué importa eso!
También ha venido alguien, pero nadie se percata de su presencia. Alguien que se ha situado en un lateral, cerca de la primera fila, pero alejada de la misma unas decenas de metros, porque, ciertamente, no había lugar para ella en esa primera fila privilegiada. Tampoco en las de atrás. Es una mujer. Es María, la madre del hombre crucificado en el centro. La mujer llora desconsoladamente, en silencio, por el hijo que le ha sido arrebatado por la maldad de los hombres.
Cristo muere. Cristo resucita. Precisamente, en su resurrección se halla la única Verdad suprema. Esa que todos los que vivimos desconocemos, porque esa Verdad solo está en Dios, es decir, Él es la Verdad.
Cada hombre lleva su cruz, a pesar suyo. Esa cruz la arrastra, aunque la rechace. Pero su cruz, su vida, tendrá un sentido y un valor distinto, según el espíritu con que la lleve. El ser humano está condenado a muerte y no hay quien lo libre de esta condena. Nunca puede cambiar la sentencia, ni retrasar su ejecución. Lo mismo acontece con los golpes que caen sobre él muy a pesar suyo. Jamás los puede evitar, aunque se lo proponga. Su deseo de vivir tiene el poder de hacerle creer que es largo el tiempo corto, y que es incierta su muerte segura. Pero, ¿cómo es posible que sea tan ciego y viva tan de espaldas a la realidad de su muerte? ¡Qué empeño de apegarse a la tierra y engañarse, engañando a otros, de que esta es la vida! Y solo consigue ser un hombre más de tantos y tantos como pasaron inútilmente por este planeta.

CARLOS BENÍTEZ VILLODRES
MÁLAGA (ESPAÑA)

(Del libro EL VUELO DEL RUISEÑOR. Editorial “Granada Club Selección”. Molvízar -Granada- 2019)